Clase inaugural
El inicio de clases para un profesor —creo que de todo nivel académico— es un desafío.
Hay que motivar al estudiante cada semestre o año, desde el comienzo. Entonces ¿cómo partir? Sobre todo, en estos días donde la estrella que brilla en el trabajo y la educación es la Inteligencia Artificial Generativa (IAG), esa de algoritmos “inteligentes” y autoaprendizaje. Pero no, contuve el impulso de seguir esta veta y pensé en lo tradicional. Siendo así, la cuestión fue partir el año con una clase magistral que impresione, una breve presentación de cercanía, relatando una situación novedosa, una evaluación de entrada, o sí yendo directamente al grano. Y, si cabe, aludir a las tecnologías.
En eso estaba, cuando me topé con un libro de Editorial USACH: Método de Casos, su construcción y animación, de las profesoras Ana María Rusque y Cristina Castillo, que me dio luces. Busqué en archivos un ejercicio adecuado para una asignatura de costos industriales, en línea con el programa de estudios de ingenieros que asisten a este curso. Y, con la ayuda del texto armé mi primera clase.
Fue algo breve, acerca de por qué la mano de obra en la producción de bienes tiende a cero. Pedí que en sus respuestas acompañaran números y valores para pronunciarse sobre incidencias en costos de producción, siguiendo lo indicado en la rúbrica. La idea fue que desde el inicio de clases aprendieran haciendo.
Llegado al aula, sin decir palabra, pedí a la treintena de estudiantes (más mujeres que hombres) que se organizaran en grupos de cinco, con lo que de inmediato conseguí su atención. Al momento conecté el sistema informático de clases y proyecté en la sala la lámina del ppt con el caso. Luego de un saludo amigable les indiqué algunos pasos metodológicos (basados en la secuencia Chiavenato, adjunta al texto del caso) y las preguntas en que debían concentrarse para elaborar sus respuestas, exponer y ser evaluadas en la misma clase.
Todo fluyó. Al tiempo que analizaban y resolvían la situación planteada, fui conociéndolos, sus cursos previos y expectativas sobre la asignatura de costos. Respondí consultas del caso y más de alguna pregunta personal. Se conocieron, también al profesor y yo a ellos. Los observé conectados a sus smartphone y iphone, gugleando o chateando con GPT, DeepSpeek, Gemini en busca de información y anotando cálculos y comentarios en tables. Por excepción uno que otro alumno usaba cuaderno y lápiz. Hubo más de una broma, muchas sonrisas y uno que otro distraído o ingresando tarde a la clase.
Las exposiciones con resultados de grupos fueron expuestas por los relatores y complementadas por los integrantes de grupos. La mayoría de los comentarios sintonizaron con el aprendizaje, de alumnos veinteañeros a mitad de carrera, sobre materias nuevas. Pude precisar cuestiones técnicas, de lenguaje, rectificar errores, ampliar conclusiones. Hablar de los elementos tradicionales del costo de producción y de las incógnitas para producción futura con la robótica, drones en el transporte y aplicaciones tecnológicas aún desconocidas.
Escuché con atención que preferían las clases participativas y prácticas, con trabajo individual y grupal en aula y poco o nada de “tarea para la casa”. Y, que estuvo entrete… el caso de costos. También que les gustaba más la clase presencial que las remotas, aunque reconocían algunas ventajas de estas últimas.
Al salir del aula, esquivando estudiantes en el pasillo, caminé junto a la directora de carrera que iba en igual dirección. Me preguntó cómo te fue en tu primera clase. Le respondí que bien. Que la mayoría de los estudiantes entienden el mensaje de educación centrada en el aprendizaje. A pesar del bullicio entre alumnos, me pareció oírle decir algo así como: bienvenida la tecnología disponible y la metodología llevada al aula.
Sin duda, la clase inaugural es una oportunidad apreciada en la docencia, al mismo tiempo que un desafío para el maestro.